[ Pobierz całość w formacie PDF ]
grupos tribales. Hasta lo pasearían a usted por la granja voluntaria del primer distrito, en
las afueras de Mishnori, una excelente exhibición. Si cree que tenemos granjas en
Karhide, señor Ai, usted nos sobreestima; no somos gente sofisticada.
Ai se quedó mirando largo rato la incandescente estufa chabe, que yo había encendido
hasta que emitió un calor sofocante. Luego Ai se volvió hacia mí.
- Me lo contó usted esta mañana, lo sé, pero yo no tenía la cabeza muy clara entonces.
¿Dónde estamos, y cómo llegamos aquí?
Se lo dije otra vez.
- ¿Y usted... salió así, caminando, conmigo?
- Señor Ai, cualquiera de ustedes los prisioneros, todos juntos, podían haber salido
caminando de ese lugar, cualquier noche. Si no hubiesen estado hambrientos, agotados,
desmoralizados y drogados; si tuviesen ropas de invierno, y a dónde ir... Y esta es la
clave. ¿A dónde irían? ¿A una ciudad? No es posible sin papeles. ¿Al desierto? No es
posible sin techo. Supongo que en verano traen más guardias a Pulefen. En invierno, el
invierno mismo guarda la granja.
Ai apenas me oía.
- Usted no puede llevarme a cuestas treinta metros, Estraven. Menos todavía correr
conmigo a hombros, a campo traviesa en la oscuridad...
- Yo estaba en doza.
Ai titubeó. - ¿Inducida voluntariamente?
- Sí.
- ¿Es usted... handdarata?
- Crecí en la doctrina handdara y viví dos años como recluso en la fortaleza Roderer. En
las tierras de Kerm la mayoría de las gentes de los hogares del Interior son handdaratas.
- Creía que luego del período doza el consumo extremo de energía necesitaba de una
especie de colapso...
- Sí, dangen se llama, el sueño oscuro. Dura mucho más que el período doza, y una vez
que uno entra en la etapa de recuperación es muy peligroso resistirse. Dormí dos noches
seguidas, y todavía estoy en dangen; no podría subir a esa loma. Y el hambre interviene
también; me he comido las raciones de casi una semana.
- Muy bien - dijo Ai con una prisa malhumorada -. Entiendo, le creo a usted, qué otra
cosa podría hacer. Aquí estoy, ahí está usted... Pero no entiendo para qué lo hizo.
Sentí que perdía la cabeza, tuve que mirar un rato el cuchillo de hielo que estaba junto a
mi mano, sin volver los ojos a Ai y sin responder hasta que pude dominarme. Por
fortuna, no había en mí mucho calor o animación, y me dije a mi mismo que Ai era un
hombre ignorante, un extranjero, mal acostumbrado y asustado. Llegué de ese modo a
un cierto nivel de justicia y dije al fin: - Siento que es en parte mi culpa que haya ido
usted a parar a Orgoreyn, y a la granja Pulefen. Trato de corregir esa falta.
- Usted no tiene nada que ver con mi venida a Orgoreyn.
- Señor Ai, usted y yo hemos visto las mismas cosas con ojos diferentes: creí por error
que pensábamos lo mismo. Permítame que vuelva a la primavera última. Fue entonces
cuando le hablé por primera vez al rey Argaven sobre la conveniencia de esperar, de no
tomar decisiones acerca de usted o su misión. Faltaba alrededor de medio mes para la
ceremonia de la clave del arco. La audiencia ya había sido planeada, y parecía lo mejor
llevarla a término, aunque sin esperar ningún resultado. Pensé que usted había
entendido, y me equivoqué. Di muchas cosas por sentadas; no quise ofenderlo,
prevenirlo; creí que había visto usted el peligro: el poder que Pemmer Harge rem ir Tibe
tenía de pronto sobre el kiorremi. Si Tibe hubiese tenido alguna buena razón para
temerlo a usted, lo habría acusado de servir a una facción, y Argaven, que es muy
sensible a las insinuaciones del miedo, lo habría hecho matar de buen grado. Yo lo
prefería a usted abajo, sano y salvo, mientras Tibe estaba arriba y era poderoso. Tal
como ocurrieron las cosas, yo fui a parar abajo, junto con usted. Mi caída ya estaba
decidida, aunque yo ignoraba que ocurriría aquella misma noche en que hablamos
juntos; pero nadie es primer ministro de Argaven mucho tiempo. Luego de recibir la
orden de exilio ya no podía comunicarme con usted sin contaminarle mi desgracia,
acrecentando la posibilidad de peligro. Vine aquí a Orgoreyn. Traté de sugerirle a usted
que viniese también a Orgoreyn. Les aconsejé a los hombres de quienes menos
[ Pobierz całość w formacie PDF ]