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pañeros de más confianza, puesto que uno de los atacantes fue un
miembro de su guardia personal.
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Ahora que había declarado abiertamente la Jehad, el líder sarra-
ceno se mantenía doblemente vigilante.
Su última victoria contra los cruzados, antes de la tregua, había
tenido lugar en «La locura del rey Balduino», el Castillo de los Pesares
en el Vado de Jacobo. Saladino sitió la fortaleza durante cinco días.
Al fin, los gruesos muros cayeron, al ser socavados por los zapadores
sarracenos, que luego prendieron fuego a los soportes de madera del
interior de los túneles.
Al quinto día, había entrado en el castillo; liberó a los prisione-
ros musulmanes y luego derribó toda la fortificación. Desde enton-
ces, reinó una tregua con altibajos hasta que se declaró la Guerra
Santa.
Durante otra batalla previa -un ataque combinado de fuerzas
de los templarios, hospitalarios y francos al campamento de Saladino
en la Pradera de las Fuentes, cerca de Mesafa-, Saladino derrotó a
los cruzados y capturó a sus jefes. Entre éstos se encontraban
Raimundo m de ' frípoli, Balián de Ibelm, Balduino de Ramia yHugh
de Tiberias. Además de estos importantes caballeros francos, tomó
Prisioneros a los maestros de ambas órdenes militares. Odó de Saint
Amand había sido uno de ellos.
Todos los caballeros salvo Odón fueron liberados, a cambio de un
rescate y de la solemne promesa de no continuar la lucha contra
Saladino. Sólo de Saint Amand se negó a formular este sagrado jura-
mento y tampoco quiso ofrecer rescate.
-El dinero de los templarios no me pertenece para que pue
utilizarlo en mi propia liberación -había dicho con tono desafiante
Saladino había quedado admirado del coraje feroz del Gran
Maestre en la batalla y, una vez más, le ofreció la libertad sin rescate
hacía el juramento. Odón de Saint Amand rehusó de nuevo, y falleció
en prisión a causa de las fiebres, en Damasco, unos meses más tarde.
Saladino lamentó su muerte y le enterró con todos los honores,
como correspondía a un valiente y caballeroso adversario,
Posteriormente, los demás hidalgos renegaron de sus promesas y se
complotaron contra Saladino durante la tregua. Su arzobispo les absol.
vió a todos.
Cuando Belami contó a Simon las circunstancias de la muerte de
su padre, había puesto el acento en la generosidad de Saladino.
-¿Durante cuánto tiempo fue Gran Maestro mi padre? -pre-
guntó Simon.
-Desde 1171 hasta 1179; ocho años consagrados al servicio de
la Orden. Cuando tú naciste, en 1163, tu padre era caballero tem-
plario. En los siguientes ocho años, a raíz de su destreza, brío y valor,
llegó a ser Gran Maestro de la Orden del Templo. Tuvo la muerte de
un soldado, Simon. Saladino le respetó y le honró no sólo como sol-
dado, sino también como erudito. El lider sarraceno le dio a tu padre
todas las posibilidades para que pagara un rescate o diese su palabra
de honor a cambio de su libertad. Saladino es tan caballeroso como
el mejor de nuestros caballeros cristianos, si no más.
Con el regreso de Belami a Jerusalén, y su extenso informe sobre
los ataques de De Chátillon y la destrucción de sus fuerzas en el Cañón
de Rabugh, Arnold de Toroga había recibido también nuevos refuer-
zos de tropas templarias de Acre. Sus fuerzas se encontraban en su
plenitud y le ofreció los servicios de la Orden a Guy de Lusignan, aho-
ra el incontestable regente de Jerusalén.
El atormentado cuerpo del joven rey Balduino 1V estaba al bor-
de de la muerte, con los miembros paralizados y prácticamente putre-
factos. Su mente aún seguía activa, pero su habilidad para el mando
casi la había perdido. De Lusignan vio llegada su oportunidad y con-
vocó a todas las fuerzas del reino en su ayuda. Raimundo III de Trípoli,
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los grandes maestros de los templarios y de los hospitalarios, los her-
manos Ibelin, Reinaldo de Sidón y dos poderosos visitantes, Godofredo,
duque de Brabante, y Ralph de Mauleon, todos le respaldaron con su
peso politico. Incluso el despreciable Reinaldo de Chátillon llegó corrien-
do de Kerak de Moab, para unir a sus lanceros a los de los cruzados.
Los políticos tienen una conciencia de corta vida.
-¡Judas Iscariote! Sabemos hasta qué punto podemos confiar
en De Chátillon. Pero no tenemos alternativa. De pronto el cerdo
embustero es nuestro aliado. ¡Quiera Dios que no tenga que salvar-
le el pellejo!
Belami protestaba, pero, como siempre, él obedecía las órdenes.
Los cruzados partieron de Jerusalén, con gran despliegue de ban-
deras, exóticos guiones y escudos francos de brillantes colores, en con-
traste con las negras sobrevestas de los cuerpos de servidores de los
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