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cho, con la nariz roja y balbuceando, y en vista del temporal, intentó cambiar de rumbo y marchar a refu-
giarse a Inglaterra.
Yo le convencí de que era un absurdo.
El hombre, que no tenía las ideas muy claras, hizo lo que le decía, y llegamos a Saint-Malo. 
Inmediatamente escribía Ana Sandow contándole lo ocurrido después de salir de su casa e interesán-
dole por el pobre Allen.
A1 cabo de algún tiempo recibí carta suya y un recorte de periódico, en donde se contaba la muerte de
Ugarte en una venta próxima a Wexford, llamada el Reposo del Cazador.
El muerto aparecía con el nombre de Juan de Aguirre, y yo, de quien se ignoraba el paradero, como
Tristán de Ugarte.
Por lo que me contaba Ana, Allen se encontraba en situación favorable; todos los testigos habían declar-
ado a su favor; el ser el muerto un aventurero extranjero, y él una persona del país, le favorecía también
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Las inquietudes de Shanti Andía
Pío Baroja
mucho.
Como toda esta zona francesa de Normandía y de Bretaña tiene su principal comercio con Inglaterra, y
a mí no me convenían los aires de la pérfida Albión, tardé mucho en encontrar empleo, hasta que lo hallé
en un almacén de El Havre.
Mi vida tenía un fin, un entusiasmo: había una mujer que pensaba en mí. Les escribía constantemente
a ella y a Allen, y a éste le enviaba parte de mi sueldo.
Allen pasó poco tiempo preso. Cuando salió fue a ver a Ana. El capitán Sandow estaba cada vez más
brutal y más despótico con su hija. Allen se concertó con ella, y un día, con gran asombro por mi parte, les
vi a los dos venir hacia mi casa.
Ana y yo nos casamos y tuvimos una niña, Mary.
Entonces, pensando en mi hija, quise enterarme de lo que pasaba en Lúzaro, y escribí a mi madre, y
ella me comunicó cómo se me había creído muerto y se habían celebrado mis funerales.
Mi vida con Ana hubiera sido feliz; pero mi mujer tenía poca salud. Aquella delicada criatura, tan sencil-
la, tan ingenua, murió en mis brazos después de lenta agonía.
La recuerdo siempre en la casa sombría de su padre, y a su recuerdo uno el de la Diana Vernon de
Walter Scott. Al mismo tiempo que la conocí leí la obra del novelista escocés, y no puedo pensar en mi
querida muerta sin recordar la figura literaria del gran escritor.
Cuando ella murió me decidí a dejar Francia y a volver a Lúzaro con mi hija y con Allen, que no quería
separarse de mí.
Ésta ha sido mi vida. Errores, faltas, he cometido. ¿Quién no los comete?
..................................................................................................................................................................
Esto decía el manuscrito de mi tío. Juan. de Aguirre
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Patricio Allen y el tesoro de Zaldumbide
Capítulo VIII
Un día de otoño, al anochecer, se presentaron en Lúzaro, en la posada de Chiquierdi, dos extranjeros
de aspecto sospechoso.
Bajaron de la diligencia, entraron en la cocina de la posada, y, mientras cenaban, preguntaron con gran
interés por don Santiago Andía. La posadera les dijo que hacía mucho tiempo que yo no vivía en Lúzaro,
sino en Izarte, y al saberlo se informaron de la distancia a que se hallaba nuestra aldea del pueblo.
A la mañana siguiente, el cartero, al traer el periódico, me dio estos datos, y me dijo que aquellos hom-
bres me buscaban. Les esperé, un tanto intrigado, y poco antes del mediodía les vi acercarse a mi casa.
Uno de ellos era alto, rojo, pesado; el otro, pequeño, de pelo negro y ojos vivos. Los contemplé por entre
las cortinillas de mi cuarto. Al primer golpe de vista no me pareció gente de mala catadura.
Llamaron, y la criada les hizo pasar a mi cuarto.
El alto y grueso parecía un poco turbado; el otro, sonriendo con una sonrisa insinuante, me dijo en castel-
lano, con acento andaluz.
-¿Podría usted escucharnos media hora?
-Sí, señor, con mucho gusto. Hagan el favor de sentarse.
-¡Gracias! -contestó el bajito, y añadió en inglés, dirigiéndose a su compañero-: Siéntese usted, Smiles.
Se sentaron los dos.
-¿No es usted español? -le pregunté al moreno.
-No, soy inglés. He nacido en Gibraltar. Soy un escorpión de roca, como nos llaman en Inglaterra a los
del Peñón. Me llamo Small, Ricardo Small. Mi padre era inglés, mi madre gaditana; por eso hablo regular-
mente el español.
-Regularmente, no, muy bien; bastante mejor que yo.
-¡Muchas gracias! Le explicaré en las menos palabras posibles el asunto que nos trae aquí. Hasta hace
unos meses vivía en Liverpool humildemente; estaba de empleado en un almacén e iba a casarme cuan-
do conocí a un viejo irlandés, hermano de la madre de mi novia. Este irlandés se llamaba Patricio Allen.
-¡Patricio Allen! -exclamé yo-. ¡El que ha vivido tanto tiempo aquí!
-El mismo. Allen llegó a casa de su hermana y contó la historia del tesoro del capitán Zaldumbide; dijo
cómo usted le había dado la indicación exacta del lugar, que estaba escrita en vasco en un devocionario.
Desde aquel día, la casa de mi novia se transformó; mi novia, sus hermanos, la familia entera no veía más
que millones por todas partes. Me encargaron de buscar un socio capitalista que pusiera los medios nece- [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Do wzniosłych (rzeczy) poprzez (rzeczy) trudne (ciasne). (Ad augusta per angusta). (Ad augusta per angusta)

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