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FABRICIO. Se me ha dormido un pie.
SEÑORA. Hazte una cruz con saliva en el zapato.
FABRICIO. Y un muslo.
SEÑORA. Pellízcate. (Los puños almidonados de don Fabricio han sonado como dos besos sobre la frente
de una mujer muerta.) Cada vez que te miro me gusta más la botonadura de oro verde que llevas en la
camisa.
FABRICIO. ¿Qué hora es?
SEÑORA. Hicimos bien en comprarla. Me acuerdo cómo le gustaba a mi tío el almirante. (Silencio.) El
pobre murió en Constantinopla.
FABRICIO. Hay ya poca luz.
SEÑORA. Deben ser las seis.
FABRICIO. ¿Nos vamos?
SEÑORA. No te muevas. ¡Si vieras lo bien que me encuentro en este sitio!
FABRICIO. Yo, en cambio, estoy fastidiado.
SEÑORA. Por culpa del barbero.
FABRICIO. Naturalmente.
SEÑORA. Ya te dije el día antes que te arreglaras la cabeza. Ahí tienes los inconvenientes de no hacer caso
a tu mujer.
FABRICIO. Me pica la barba demasiado.
SEÑORA. Inconvenientes de ser hombre.
(Las dos manos amarillentas de don Fabricio caen rendidas sobre el velador. Allí
adquieren una trágica expresión eterna.)
[Diálogo del dios Pan]
SIRENA.
« ¡Ay cómo aprieta el mar mi cintura!
Aquellas naves tienen la culpa.
No aprieta el cielo tanto a la luna.
¡Cómo me pesan en las escamas
las duras quillas alquitranadas!»
(Pan abre sus muslos peludos y vuelve a mear lentamente. En las bodegas de los
contornos el vino se sale de las pipas en homenaje al dios. Todas las nodrizas sienten un
calorcillo húmedo sobre sus muslos.)
PAN. Oh... (Se duerme.)
(La Sirena desaparece. El mar, lento y pesado, cuelga en los olivos rosas coronas
conmemorativas de espuma y caracoles. El mar suena en la orilla y defiende su interior
de silencio absoluto.)
[...]
[Diálogo de la Residencia]
Román en escena paseándose con un número del Socialista.
(Timbre.)
VOZ. Jesusa, una merienda al cuarto del señor Olalla.
(Pausa.)
ARIAS. ¿Qué hay, Olalla, y ese ojo?
VOZ. Más negro que una mina de Linares.
ARIAS. Eso no es nada, rapaz. Una conjuntivitis ligera. A aliviarse.
(Aparecen don Ricardo [Orueta] cargado de máquinas fotográficas y [Luis] Truán
cabreado.)
TRUÁN. Vamos, no diga usted que no, don Ricardo. Es un cretino.
ORUETA. Le das mucha importancia, aparte que es un mu chacho simpático y de cierto mérito. Te
enseñaré la foto que le hice ayer y verás cómo cambias de opinión.
TRUÁN. ¡Pobre!
ORUETA. Es estupenda.
TRUÁN. A mí me molesta que vaya a Gijón.
ORUETA. ¿No va también Pepe Moreno [Villa] y Barzola y [Javier] Arisqueta...?
TRUÁN. Yo, sin embargo, no le prestaría la máquina ni le prestaría nada. Es un cretino.
ORUETA. Mira esta máquina que acabo de comprar a Braulio López Leñiz. Es estupenda. No se la
prestaría. Pero la que empleo para las cosas de Berruguete y Pedro Mena... ésa con mucho gusto, porque
para mí, que ya soy viejo, se hace muy pesada.
PÁEZ. Don Ricardo, un gato hay debajo de su ventana.
ORUETA. ¡Un gato!, [?] y están arreglándome el tirador... Trae un bastón, trae un bastón.
(Vase.)
TRUÁN. Pobres gorriones. Cuánto mejor estarían en la puma rada.
(Vase.)
(Entran Carlos M. [¿Marches¡?], [Ernesto] Lasso [de la Vega], García Lorca y Cienfuegos. Entra Carlos
M. cantando las M. Le siguen los demás.)
CARLOS. Tan, tan.
PÁEZ. ¿Qué tal, Lorca?
LORCA. De primera. ¿Y usted?
PÁEZ. Como en junio no hubo notas, pues he venido para sacar notable, pero he sacado dos matrículas.
LORCA. ¡Hola, hola, hola, hola!
(Páez se ruboriza.)
LORCA. ¿Qué tal los toros de ayer?
CARLOS. Más malos que un chiste de Becares. Ja, ja, ja, ja, estrepitoso.
CIENFUEGOS. Jaaaaaa, jaaaa.
LASSO. No estuvieron tan malos... pero desde que se murió el rey del toreo... ¡Pobrecito José! [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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    Do wzniosłych (rzeczy) poprzez (rzeczy) trudne (ciasne). (Ad augusta per angusta). (Ad augusta per angusta)

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