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Durante un larguísimo momento, pareció clavar la vista en nosotros, aunque era imposible
que viera nada en la oscuridad.
Pero la máscara blanca, el rostro humano, casi brillaba bajo la luz de la luna, y habría
jurado que los labios se movían buscando una comunicación inaudible, como si el espíritu
de mi padre me hablara en silencio, sonriente.
La bestia se levantó y entró en el agua, alzando los enormes brazos al nivel de los
hombros, y sosteniendo la lanza por encima de la cabeza. Después, aparte de algunos
gruñidos, no oímos más ruidos procedentes del Urscumug, aunque una hora más tarde
unas rocas se desprendieron en el bosque y fueron a caer mansamente al río.
En el río, el agua batía ruidosamente contra el bote, atrapado por la corriente.
Examiné el casco. Tenía un diseño sencillo, pero elegante. La cubierta era estrecha,
aunque cabían unas veinte personas bajo las pieles, que podían tensarse para defender
la nave de la lluvia. Una sola vela, de aparejos sencillos, podía aprovechar el viento, pero
también había escálamos y cuatro remos para aguas más tranquilas.
Otra vez me llamaron la atención las gárgolas talladas en la proa y en la popa.
Al mirarlas, sentía un escalofrío de terror, porque tocaban una parte de mi memoria
racial, suprimida mucho tiempo antes. Aquellos rostros anchos, de ojos como hendiduras
y labios bulbosos..., los rasgos eran, a su manera, una obra de arte, un arte irreconocible,
pero no por ello menos inquietante.
Sorthalan cavó un hoyo para encender una hoguera, sobre la que puso una especie de
asador. Cocinó dos pichones y una becada, pero no había carne suficiente para saciar mi
propio apetito, mucho menos el de los tres.
Por una vez, no tuvimos que recorrer el exasperante ritual de comunicación e
incomprensión. Sorthalan comió en silencio, mirándome de vez en cuando, pero
concentrándose sobre todo en sus propios pensamientos. Fui yo quien intentó
comunicarse. Señalé en la dirección por donde había desaparecido el mitago primario.
 Urscumug  dije.
Sorthalan se encogió de hombros.
 Urshumuc.
Casi el mismo nombre que utilizara Kushar.
Intenté otra cosa: utilicé los dedos para indicar un movimiento.
 Estoy persiguiendo a Uth guerig. ¿Sabes algo de él?
Sorthalan masticó la carne y me miró. Se lamió los dedos, manchados de grasa de ave.
Se inclinó hacia adelante y, con los mismos dedos pegajosos, me cerró los labios.
No sé qué dijo, pero significaba «come y calla», que fue exactamente lo que hice.
Calculé que Sorthalan debía de tener unos cincuenta y tantos años. Su rostro estaba
lleno de arrugas, y el pelo todavía bastante negro. Sus ropas eran sencillas: una camisa
de tela, y un peto de cuero qué parecía bastante eficaz. Los pantalones eran largos, y los
llevaba atados con tiras de tela. Calzaba unos zapatos de cuero cosido. Hay que decir
que su gusto en ropas no era muy alegre:
todo su atuendo era del mismo monótono color marrón. Es decir, todo menos el collar
de huesos coloreados. Había dejado el casco en el bote, pero no puso ninguna objeción
cuando Keeton lo cogió, lo llevó junto al fuego y pasó los dedos por los hermosos
adornos, que representaban batallas y escenas de caza.
A Keeton se le ocurrió de repente que los dibujos en plata o bronce del casco podían
hacer alusión a la vida del propio Sorthalan. Empezaban en el puente de la ceja izquierda,
y narraban la escena alrededor de la cresta, hasta la placa que protegía la mejilla.
Todavía quedaba sitio para labrar una escena o dos.
En uno de los dibujos aparecían barcos en un mar tormentoso; el estuario de un río
rodeado de bosques; un poblado; figuras altas, siniestras; espectros y hogueras; y, por
último, un único bote, con la silueta de un hombre en la proa.
Keeton no dijo nada, pero era evidente que la exquisita artesanía del casco le
impresionaba.
Sorthalan se envolvió en la capa, y pareció sumirse en un sueño ligero. Keeton avivó el
fuego y arrojó un trozo de leña entre las ascuas brillantes. Debía de ser casi medianoche,
y los dos intentamos dormir.
Yo sólo pude dormitar un poco y, en cierto momento de la noche, fui consciente de que
Sorthalan susurraba algo en voz baja. Abrí los ojos y me incorporé. Le vi sentado al lado
de Keeton, que dormía profundamente. Tenía una mano sobre la cabeza del piloto. Sus
palabras eran como un cántico ritual. El fuego era ya casi inexistente, y lo avivé de nuevo.
Con la luz renovada, vi que el rostro de Sorthalan estaba empapado de sudor. Keeton se
removió un poco, pero siguió dormido. Sorthalan se llevó la mano libre a los labios, y yo
confié en él.
Poco más tarde, el cántico de palabras susurradas terminó. Sorthalan se puso de pie,
se quitó la capa y se encaminó hacia el agua para lavarse la cara y las manos. Después,
se sentó sobre los talones, contempló el cielo nocturno, y habló en voz más alta. Los
sonidos de su lenguaje, sibilantes, titubeantes, resonaron en la oscuridad. Keeton se
despertó y se sentó, frotándose los ojos.
 ¿Qué pasa?
 No lo sé.
Le observamos unos minutos, cada vez más sorprendidos. Le dije a Keeton lo que
había estado haciendo Sorthalan, pero no demostró miedo ni preocupación.
 ¿Qué es este hombre?  me preguntó.
 Un chamán. Un mago. Un nigromante.
 Los sajones le llamaron Freya. Yo creía que se trataba de un dios vikingo, o algo por
el estilo.
 Los dioses nacen del recuerdo de hombres poderosos  sugerí . Quizá una primera
forma de Freya fue un brujo.
 Demasiadas complicaciones para estas horas de la madrugada  bostezó Keeton. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Do wzniosłych (rzeczy) poprzez (rzeczy) trudne (ciasne). (Ad augusta per angusta). (Ad augusta per angusta)

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